
Sobre las montañas
El origen del hombre y el de las montañas está basado en el mismo caos, en la misma tragedia. El ciego enfrentamiento de unas fuerzas sin medida, geológicas o no, pero evolutivas, en cualquier caso, han dado lugar a esas gigantescas formaciones de hielo y roca prestas a ser erosionadas por los elementos. De igual modo, la conciencia humana, pasto de la agresión del entorno, como cualquier manifestación de vida, está condenada a seguir su camino mirando siempre hacia adelante, mirando siempre hacia arriba.
Como dice Georges Sonnier, “la montaña existe ante el hombre como un ser frente a otro ser. Está animada, participa del alma humana en la medida misma en que el hombre, cautivado por ella, la admite en los misteriosos intercambios del amor”. La búsqueda de la cima es el acto más importante, más sublime, más lleno de significado que pueda emprender el ser humano.
El acercamiento del hombre a las montañas no ha sido por vocación. Resulta paradójico pensar que en ellas ha buscado seguridad, la que, en no tan lejanas épocas de conquistas territoriales, no tenía en las llanuras ni en las orillas del mar. No ha sido un lugar de paso, sino el reducto de su última oportunidad. La historia de la montaña no sabría comenzar más que en el hombre mismo, en esa primera mirada puesta sobre sus cimas, en donde al no saber nada de ellas, siempre ha puesto la morada de las divinidades. Huyendo hacia ellas ansiaba la libertad que le permitiera despojarse de las servidumbres que le imponía el propio hombre, sin embargo, estaba ajeno a esa otra relación de siervo y soberano que comenzaba con la tumultuosa relación con la montaña.
Trekking Baltoro (2005)
El hombre ha elegido siempre los lugares más altos para erigir los altares a sus divinidades, como queriendo aplacar sus iras manifestadas en esas reacciones violentas que las montañas han tenido ocasionalmente y que han escapado siempre al dominio del propio hombre. Las montañas son el origen de los ríos, esas venas que discurren por el territorio planetario dándole fertilidad, e históricamente escenario para el desarrollo de las civilizaciones. Tienen control sobre los vientos por los que, a su vez, se deja moldear.
Las cumbres han sido siempre cuna de leyendas, fábulas y mitos, han sido, y son, el vínculo entre el Cielo y la Tierra, tal y como representa el hexagrama o Estrella de David, la única vía por la cual el hombre puede acercarse a la divinidad y ésta revelarse al hombre. Ese impulso de conquista se entrelaza con esa incesante búsqueda del ser humano en lo más lejano, en lo más difícil, en lo más alto. Está escrito en su alma desde el origen de los tiempos.
Trekking Annapurnas (2010)
El hombre siempre ha tenido afán de exploraciones y de conquistas. Primero fueron continentales, luego vinieron las de ultramar, y cuando parecía que ya todo estaba conseguido, quedaban las más altas cumbres. Los primeros años de la segunda mitad del siglo pasado están escritos con letras de oro en los anales de, como decía Lionel Terray, la Conquista de lo Inútil. No en vano, se conquistaron las 14 cumbres cuya altitud supera los míticos ocho mil metros.
Somos parte de la naturaleza, y así nos debemos sentir, igual que lo sienten así las montañas, que se yerguen enhiestas, alzándose hacia arriba, como los brazos de un niño buscando a los de su madre. Las montañas son más que un simple paisaje, más que el puro escenario de la actividad, son mucho más que el terreno de juego. En las montañas se dan cita los cuatro elementos, el sólido, el líquido, el gaseoso y el ígneo… la tierra, el agua, el aire y la luz.
Trekking Manaslu (2019)
En el ser humano, el trabajo de los mundos mental y astral (sentimental) influye de modo determinante sobre el plano físico, sobre ese resultado final, que sigue permanentemente en transformación. Y lo vemos si empleamos la analogía correspondiente precisamente a esos cuatro elementos. El mundo mental está influenciado por el elemento aire, el gaseoso; el astral por el agua, el líquido; y el físico por el elemento tierra, el sólido. Y ¿no es eso lo que ocurre en la naturaleza?, ¿no es eso lo que ocurre en las montañas?, ¿no es eso lo que ocurre con la erosión, con la modelación? Sí a las tres preguntas. Las montañas están cinceladas por los vientos y surcadas por las aguas. Son los mundos gaseoso y líquido los que influyen en su formación, son las corrientes de los vientos y de las aguas las que geológicamente están sin cesar conformando ese mundo mineral, ese mundo físico, que la luz pone al alcance de nuestra mirada, haciendo intervenir de ese modo este cuarto elemento. Es el Gran Libro de la Naturaleza Viviente el que nos abre sus páginas.
De esta manera elevamos las montañas a la categoría de frontera entre el Cielo y la Tierra. De esta manera, todos los resortes del alma los ponemos a trabajar en esa admiración que sentimos hacia ellas. De esta manera, nuestra pasión se desborda cuando pensamos en ellas, cuando sentimos con ellas, cuando estamos en ellas, cuando respiramos con ellas. Estar en las montañas es como sentirse en ese Paraíso del que un día salimos para tratar de abordar las tareas pendientes. Sí, es algo que tenemos presente cada vez que nos acercamos a ellas, cada vez que dialogamos con ellas, cada vez que nos dejamos conquistar por ellas, porque no somos nosotros quienes las conquistamos. Cuando planificamos una ascensión, o una simple ruta, es porque nos sentimos conquistados, cuando la llevamos a cabo, nos vuelven a conquistar, y cuando lo contamos, cuando lo divulgamos, seguimos sintiéndonos prendados por ellas. Ese es el espíritu que queremos transmitir, y lo seguiremos haciendo mientras el cuerpo aguante y sigáis al otro lado.
